sábado, 13 de febrero de 2021

Ventana de pandemia

 Es Abril y miro por mi ventana de pandemia, hay poca gente en la calle y llevo semanas encerrada. Ni siquiera tengo barbijo pues no soy trabajadora esencial, ni siquiera tengo un ingreso. 

Llegué a esta casa, de mi amiga, en Diciembre después de aquél lavaje de estómago, de las discusiones insoportables con mi mamá preguntándole por qué encubrió el abuso de mi hermano hacia mí. Preguntas que mi mamá no supo responder. Hasta ese día que volví a comunicarle mi denuncia, entonces reveló lo que realmente pensaba "tu hermano no es un delincuente".

- Si denunciás no podés retirar la denuncia, si querés tomarte un rato para pensarlo y estar segura.

- No, quiero hacerlo.


 Cerré los ojos entonces y los abrí un día de Marzo. De Febrero apenas recuerdo acostarme en aquella casa sola mientras mi amiga estaba de viaje. Cada día me sentaba en la puerta de la casa en aquél barrio alejado, sin familia, sin amigos ni dinero para ir y volver me buscaba deseando presencia humana o alguien que dijese se por lo que pasás.

Alguien tocó la puerta dos veces una madrugada, los perros corrieron a ladrar. Una noche de Junio sin dinero para colectivo atravesé el parque de la Ciudad Universitaria corriendo de un tipo en un auto rojo que retrocedió hacia mí, lo miré por segunda vez y fuí su presa. Corrí sin parar muchas cuadras, cargando mi velador y mis apuntes.

Mi pandemia se debatía entre correr y la quietud. En cualquier caso yo era ese ciervo asustado corriendo de mi familia, de mis amigos, de mi abusador, de mi propia soledad.

Volví a la casa un día de Marzo de noche, saniticé la casa. Venía con todas las provisiones posibles para encerrarnos y el Gobierno anunciaba que ya comenzaba el toque de queda uno o dos días después. En mi soledad lo calculé todo, el desabastecimiento, el amontonamiento de gente. No lo entendía pero hacía de cuenta que si lo hacía.

Baldeaba la casa con lavandina constantemente, mis compañeros nunca dejaban sus zapatos, aún después de volver de sus trabajos no sanitizaban la ropa. Parecía como si el alcohol en gel fuera un paliativo. 

Mi amiga y yo charlábamos largos ratos sobre la falta de conciencia, especulábamos cuándo lo contraeríamos. Quién se iba a encerrar primero de las dos. Sabíamos que los primeros en contraerlo serían ella o él. Yo había quedado anclada en esa casa, como si el tiempo no pasara. Ni siquiera lo podría hacer el virus.

Nunca pasó por mí el virus. Pude salir solo tres veces de esa casa hacia el centro. El primer día tuve miedo. Cobré la ayuda del gobierno en medio de una fila controlada por la policía, sólo mujeres. Me preguntaba qué fila hacían las disidencias sexuales.

Poco a poco el encierro iba reflejando mi precaeriedad de vida. Mis cinco bombachas se estiraron, la mayoría fueron comidas por el perro de mi amiga y sin plata para reponerlas, apenas resguardando mis cosas en una valija que las llenaba de olor a humedad me quedé con mi última bombacha, una especie de slip para mujer.

Me sentía desesperada. A la par de mi desesperación comencé a crear un plan que me permitiera sobrevivir a lo que todes llamaban pasar todo el dia en pijama en la casa. Yo no tenía pijama. Mi cama era un colchón de mi amiga en el suelo, que no era un verdadero colchón y que frecuentemente tenía que lavar por el pis del perro.

Nunca me imaginé vivir en una casa alejada de todo, durmiendo en el piso. Mis posibilidades de trabajar se aniquilaron en Marzo, en medio del sol salí dispuesta a ganar mi vida. Había tenido entrevistas laborales y todo indicaba que mediante mi sueldo podía salir de esa casa antes de Junio, tal como me lo habían pautado.

Estamos en Junio. No pude salir de esta casa. Uno de los integrantes tuvo covid. Mi plan se puso en marcha. Cada día me levanto temprano, estoy estudiando para la facu de manera virtual pero no sé si lo consiga. Tengo la computadora, un gran plus. No tengo alargador. La luz se va día por medio, creo que el consumo de luz habrá crecido en cuarentena y vivir en un barrio alejado es ser el último eslabón para la empresa de electricidad de esta provincia. El wifi es de 1 giga, vivo con un perro que ladra compulsivamente a quien pase por la calle. No puedo trabajar virtual.

Me pagaron el IFE. Pude conseguir mi alargador. Mi amiga pretende usarlo para el cuarto y no sé cómo decirle que no gasté dos mil pesos para pedir permiso por él. Lo hago en las mañanas para sacarlo y mi amiga se queja de que la despierto. Atravesé la barrera del contagio por todo el centro para conseguir lo que me haga sobrevivir en este encierro: un alargador para mi compu, cuadernos, lapiceras. Una colcha. Es casi invierno y puse cartones abajo de mi colchón. Tengo un sólo pantalón y bajé de peso, no sé cómo conseguir un jean sin poder probármelo. No sé que talle soy ahora.

Mi plan resulta. Me despierto temprano todos los dias. Pero mi amiga no, mis horas se consumen haciendo lo que ella no hace. Tengo que hacer el desayuno, a veces el almuerzo, a veces merienda y cena. No puedo desestresarme para estudiar tranquila y los trabajos se acumulan.

Hago mucho ejercicio. Mi cuerpo se vuelve muy fino y extraño la calidez de abrazarme con alguien, de sentir a alguien dentro de mí. Me gusta extrañar. Me gusta añorar. Hola deseo, volviste a mí después de meses en ausencia, temí no volver a amar. Donde estará mi confianza?

Mi amiga casi nunca se levanta y está en la oscuridad de su pieza. De repente me vuelvo su madre, tratando de saber qué siente, qué le pasa. Miro a mi dolor por el abuso y el duelo por mi hermano y mi madre que siguen ahí, los perdí y me perdieron. No puedo llorar, no es el contexto.

Estoy en el comedor y mi amiga aparece sin saludarme. Se va sin saludarme. Su hermano no sale de la habitación porque yo estoy ahí y me pregunto donde estar sin estorbar. Algunos días me acuesto en el sol del patio. Estamos aislados por su virus, las ventanas están completamente cerradas y los vecinos nos trajeron provisiones casi todo el encierro. Cada vez que suena el timbre mi amiga y yo saltamos de felicidad. Mi mejor recuerdo: una torta de cumpleaños del vecinito y una pastafrola.

A mi que no me gustaban los fiambres, todavía siento en la lengua la frescura de un sandwich de pan francés y salame como cuando tenés calor y entrás a un lugar con aire. O cuando la humedad es tan densa y por fin mirás llover desde el garage al patio.

Estoy acostada al sol. El perro sabe que algo me pasa y se acuesta sobre mi pecho, lame una de mis lágrimas. A veces este perro me cansa pero también me hace muy feliz. Me mira expectante, me sonrié en su comunicación no verbal de perro. En una casa donde nadie hace nada nos levantamos juntos a ponerle un café al día.

Mi vida da un quiebre de nuevo. Tengo miedo y recuerdo la cara del tipo del auto rojo sonriendo perversamente, me siento un ciervo. La nada misma. Escucho a mi hermano un día en Italia diciendo qué pasó con ese grito, salió ahogado. Estoy cansada de que me hagan vivir con miedo, empiezo a llorar, grito. Pongo la angustia a golpear las paredes. Por qué, por qué yo, por qué a mí. Qué hago con este miedo, cómo volver a salir a la calle. Me acuerdo de la chica que gritó abajo de mi departamento de los dos tipos de negro, del silencio después que ya no pude ver qué pasó. Sigo gritando. Al fin grito. Los perros se pegan a mí, me abrazan a su manera. Me abrazo a ellos. No hay nadie en la casa y aún si hubiera alguien, no lo hay.

Me quedo soprendida. Tengo voz. Grité. Ya no sollozo más en silencio. Esa noche en que me miré al espejo y descubrí que no conozco a mi familia sentí que la oscuridad era tan oscura, que nunca podría dormir en paz.

No hay Neuropsiquiatrico, dejé las pastillas. No hay psicóloga, el hospital de clínicas prohibió la atención remota. Estoy sola con mi miedo. Le escribo a una psicóloga de las tantas voluntarias. Ella acepta mi miedo con dulzura, me da la razón. Acepto mi miedo con dulzura, me doy la razón. Salgo a buscar papas, me prometo dejar de usar esa app paranormal. Lo que busco no está donde no confío.

Yo no soy así. Me repito. Pero quién soy?.

Empiezo a desaparecer lentamente. Dejo materias. Mi amiga no me dejó estudiar en todo el cuatrimestre por cocinar, por enojarse, por no aparecer. Cenamos porque estas vos, es nuestra concesión, me dice. Pero ahora estoy obligada a cocinar si voy al comedor. No hay luz en el cuarto. Nuestra luz se apaga. Yo me encierro a oscuras en el baño a bailar, así me refugio en mi fantasía. Me imagino que me mudo sola.

Es Julio y llegó la hora de irse a otra casa pero con ellos. No logro sentirme del clan, la existencia no se comparte. Apenas estoy cediendo. Ellos también. Se siente tironeante.

Algo que despierta bonito con su perfume en Marzo, ese día que se acerca mientras hablamos de una serie se desploma en la primavera. Acepto que el deseo no tiene por qué ser algo más. El se va a verse con otras. Quisiera hacer lo mismo.

 Me pregunto si me embarazo cómo podría abortar. Si me contagio seré una puta que anduvo queriendo saciarse por ahí. Ya tuve la culpa de comprar en muchos lugares la primera vez que salí en pandemia. Hablo con gente, es la primera vez que hablo con más gente. Pero eso roto dentro mío me mira dudando.

Hablo con un enfermero. Me cuenta que se hisopa seguido. Que seguro sus pulmones tengan muchas colonias de bacterias por las neumonías atendidas. Lo pienso, Solo tengo 400 pesos. Planeo como caminar más de una hora hacia el centro para verlo. No soy trabajadora esencial, no puedo usar colectivo. Cada quién es quién dice ser?. Lo busco en facebook, algo malo pasó en su provincia y su yo de hace unos años postea ofendido que algo arruinaron para él. Lo entiendo pero no puedo evitar pensar si el vive de la vereda de enfrente a mí. Busco un poco más en su instagram. Veo que sigue niñas de 15, 16. 

Se acaba el idilio y decido bloquearlo. Estoy triste. Paso días triste añorandolo y ni siquiera lo ví. Pienso que yo sabía que no tenía que gastar mis 400 pesos en un chabón. Me consuelo creyéndome práctica.

Estamos haciendo la mudanza. Parece que las paredes se tiñeron de este cansancio de haber estado encerrados. Aún no logro respirar bien cuando salgo, el barbijo es incómodo, siento ansiedad de contagiarme. Es el primer día, salimos de noche y hablo a los gritos, mi amiga me mira extrañada y me pide que baje la voz. Me siento fuera de una cárcel, me intriga todo. La carnicería es mi superpark.

La nueva casa es hermosa. Las paredes blancas son más blancas. Es más chiquito pero afuera hay muchos árboles. Creo que al fin puedo dejar algo atrás. Mi amiga y yo nos asomamos afuera y de repente sus ojos cambian y se vuelven más oscuros, siento como si me golpearan sus palabras que me dicen 'en esta nueva casa nadie va a saber de nosotros, nadie nos conoce. Si se llega a saber algo por vos te mato'. Algo queda en mí desde ese día y me empiezo a sentir como ellos, como si escapara de todo pero no sé de qué.

Quiero ser amiga de la de abajo pero tengo miedo de mi amiga así que no me hago amiga de nadie, ni les llevo tortas ni les pido ese martillo que necesitaba para arreglar las sillas y que el otro chico de la casa escondió misteriosamente en su pieza.

Mis esperanzas de algo luminoso se oscurecen lentamente. 

Empiezo a escaparme poco a poco. Algunos días me voy a lo de otra amiga. Mi amiga guarda silencio ofendida, responde mis mensajes tarde. Me pregunto si estoy más sola afuera o adentro. La soledad me sofoca algunos días.

Duermo en paz en lo de mi otra amiga. Estamos solas y nadie podría entrar en nuestra burbuja. El silencio me arrulla y me siento tranquila al despertar. Mi amiga jamás me mira con mala cara si no me levanto, pienso que algo de eso empezó a enturbiarme y no sé que hacer, ni por qué no logro sentirme en paz con otra persona que quiero.

Mi amiga salva mi vida pero yo me siento colocándole salvavidas delante de sus ojos a mi existencia a cada momento como si algun enojo pudiese hundirme del todo en algún momento. Me acostumbré a una paz efímera que puede acabar en un segundo y me encuentro buscando la paz en donde sea, aún si mi otra amiga no es suficiente amiga.

Necesito volver a abrazar a alguien. Dejé pasar demasiado tiempo y me encuentro mirándolo a el, que ya no me ve más. Esperando a alguien que cada día me detesta más y se vuelve más egoísta conmigo a la vez que infantil. Porque si, quién escondería un vinagre?!. Lo pienso y no lo creo.

Debo irme. Se que debo irme. No tengo un peso. Mi salud mental, la poca lograda podría caer estrepitosamente si escucho a alguien llamarme tarada por no atender bien una heladería de nuevo. Me arrullo. Me escapo de que no puedo vivir así. Me digo todos los días con la heladera vacía por qué vivo así.

Solo tengo 200 pesos. Le escribo a ese chico de la semana pasada, me pongo mi vestido gris. Me invita a comer a su casa y simplemente voy. No sé por qué. Solo necesito sentir a alguien. Demoro mucho y casi pierdo mi cita, finalmente nos encontramos y cuando lo veo descubro que es alto, parece el principe de Encantada. Nos bajamos el barbijo para saber que cara tenemos y me mira gustando de lo que ve. Mis labios están pintados de rojo, mi arma seductora.

Toma los mates amargos y no me gusta pero acepto, hace tiempo no tomo mate. Comemos unos chipá geniales y me parece que como demasiado. Me freno. Recuerdo cómo algunos se le cayeron al piso mientras los calentaba y siento ternura de sus nervios. Yo estoy igual. Hablamos del medioambiente y no sé si se demasiado, pienso en si lo que digo está mal pero el se queda callado y me mira. Quizás tomo el mate muy lento, si, ya sabe que no soy de tomar mate y me mira como pidiendo que me apure. Pero no logro descifrar su mirada. Tal vez le gusto, tal vez soy tonta. Por lo menos estar arreglada queda a mi favor.

Nos vamos al sillón y se calla, se que estoy hablando mucho. Ponemos una mano sobre nuestras piernas y siento que me olvidé de cómo seducir. Soy luna en gémins, intento ser inteligente y ya. Respiro hondo y toco su pierna, sus ojos saben cómo hablarme pero tardo mucho en darme cuenta de eso. De que en silencio dice más.

Recupero el calor humano. Mi voz de placer sale al fin y me pregunto si esto es parte de mi camino o si será que el es especial. Me abrazo en silencio a él. Estoy en paz con todo y eso es lo más cerca de ser feliz que puedo estar en mi desconexión. Su piel es tan suave, hay algo en él que está cercano a mí pero no entiendo demasiado. Cantamos antes de despedirnos y acomodo su pelo, es como un príncipe.

Me descubro extrañándolo y siento una avalancha. Lloro. El nido para amor dentro mío está roto y me desestabiliza el caos que ese chico mucho más en paz con la vida puede encontrar. Pienso que no puedo llevar a cabo eso. Espero para verlo pero eso no vuelve a pasar. Hay algo indefinible en el aire entre nosotros y me conformo con escuchar su voz en radio. Acaricio una cercanía probablemente inexistente. Todos los Jueves después de terapia lo escucho hablar de plantas, del medio ambiente, de música aunque lo entiendo muy poco. Me enojo, me desenojo, me río. Estoy enganchada. Maldita sea.






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